jueves, 10 de junio de 2010

Aquí va el 4º capítulo de la novela: Que nadie lo nombre

4 (de cómo me descubrieron)
Recuerdo muy bien la última vez que el primo estuvo en casa porque me queda la sensación de lo mal que lo traté aquella tarde, y por tener que prestarle 500 pesos. Tras semejante favor tuve que llevarlo, imagínense mi fastidio, hasta el aeropuerto, aquí en Torrado, que está a 5 Km de mi departamento. Si fuera remisero de verdad, este sería un viaje muy caro. Pero cobrarle a alguien que le acabas de prestar plata parece una usura doblemente aprovechada. Al fin de cuentas, intuía, ya había perdido. Sabía, por esas cosas que uno conoce sin que se las expliquen, que jamás me devolvería los 500. Por qué me iba a hacer mala sangre por este pequeño viaje. Aunque parezca mentira, no recuerdo su visita solo por los 500 o lo de llevarlo gratis, sino que tengo presente ese innecesario recuerdo por razón de este otro: ni bien lo dejé en el aeropuerto, cuando estaba saliendo, no habría hecho 10 metros y se me pincha una goma, enseguida me bajo y trato de llamarlo para que me ayude. Como un fantasma se había esfumado. Intenté encontrarlo, grité por si todavía andaba cerca y yo no lo estuviera viendo. Nada. Ni su sombra.... continúa en Novela: Que nadie lo nombre

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