lunes, 27 de mayo de 2013

La dékada - http://brecha.com.uy/index.php/mundo/1883-la-dekada

Hace diez años Néstor Kirchner asumía el poder
El 25 de mayo de 2003 Néstor Kirchner asumía el gobierno de un país arrasado por la crisis financiera neoliberal de la década anterior, y al poco tiempo se convertía en un inesperado nuevo líder de un peronismo reformulado. De la mano de la recuperación económica y de nuevas referencias en materia de justicia y derechos humanos y sociales, y ante una oposición muy debilitada, el kirchnerismo no pararía de avanzar sus peones. A menudo de manera avasallante. Diez años después, la economía ya no va tan bien y el “modelo” y su “relato” son cuestionados desde diversos frentes. Brecha convocó a tres analistas de izquierda independiente, la socióloga Maristella Svampa, el constitucionalista Roberto Gargarella y el economista Alejandro Horowicz, para que dieran su opinión sobre la década K.

“La década ganada” es el eslogan con que el gobierno y agrupaciones militantes afines convocan para mañana sábado a un “gran acto” en el que donde, además de recordar a la primera Junta de gobierno de 1810, se evocará por todo lo ancho el comienzo de una “nueva era” en Argentina. Como antes el menemismo con su propia década, el kirchnerismo viene a proponerse como un nuevo paradigma de política de Estado cuya continuidad apunta a consolidar.
Inesperado. “Mi negrita, sólo espero que Farrell apure mi jubilación para irnos a vivir a Chubut y ser felices.” La frase pertenece a la carta que un cansado Juan Perón deseoso de retirarse le escribiera a Eva Duarte el 13 de octubre de 1945. Tres días después, el general se convertía en el líder de masas que torció el rumbo de la historia argentina. 
A comienzos de 2003 Eduardo Duhalde, harto de recibir negativas de diferentes gobernadores peronistas para postularse a las presidenciales de mayo y enfrentar a Carlos Menem, vio con alivio la aparición de un ignoto Néstor Kirchner. Duhalde creía que su protegido le sacaría las castañas del fuego pero que también le daría a él un nuevo protagonismo entre bambalinas. Lo que siguió fue paradójico: Kirchner perdió por dos puntos en la primera vuelta de las elecciones, pero Menem abandonó la disputa ante la casi segura derrota que le esperaba en la segunda vuelta, donde Kirchner recibiría apoyos de diestra y siniestra. Así, inesperadamente, y con un muy bajo caudal propio de votos, el patagónico llegó al gobierno. Para catapultarse, en poco tiempo, como un nuevo líder del peronismo reformulado. 
Con un estilo descontracturado e informal, el nuevo presidente buscó mostrarse cercano a la gente en la calle y ya en su discurso de asunción aseguró que no pensaba dejar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada. Criado políticamente en la generación universitaria de 1970, cercano a la izquierda peronista, Kirchner decidió dar batalla contra quienes señalaba eran las causantes de los grandes males argentinos: las corporaciones. Denunció, apenas pudo, que el periodista Claudio Escribano, editor del diario La Nación, intentó marcarle la cancha con un mensaje de la embajada de Estados Unidos: alineamiento con Washington, cese de cualquier intento por llevar a la justicia a los militares responsables del genocidio iniciado en 1976 y garantías para sostener a cualquier costo la política de privatizaciones iniciada en los años de Menem.
Inmediatamente decidió enviar al Parlamento un proyecto de ley para anular las dos normas que impedían juzgar a los militares, las leyes de obediencia debida y de punto final, sancionadas en los años de Raúl Alfonsín. En agosto de 2003 la anulación fue votada por ambas cámaras y en setiembre promulgada por el Poder Ejecutivo con el apoyo ferviente de los organismos de derechos humanos y una amplia franja social. La política de derechos humanos se convirtió desde entonces en seña de identidad del kirchnerismo: en diez años, 370 personas han sido condenadas en los 90 juicios celebrados en todo el país. Junto con el Parlamento, fue la nueva Corte Suprema quien allanó el camino para avanzar con los juicios. La decisión de Kirchner de renovar al tribunal mayor del país con la firma del decreto 222, que establecía reglas claras para designar a los jueces supremos y respetar la independencia judicial, fue aire fresco tras una década de mayoría automática menemista, siempre dispuesta a avalar las decisiones presidenciales. La popularidad del presidente se disparó entonces hasta alcanzar niveles que no había logrado en las urnas.
En 2004, junto al ministro de Economía, Roberto Lavagna, hizo efectivo el anuncio del día de su asunción: no se pagará la deuda con el hambre de los argentinos. Propuso a los organismos multilaterales de crédito y acreedores particulares una quita del 75 por ciento de deuda. “Eso es lo que podemos pagar”, dijo, y cerró la negociación. La decisión se complementó con fuertes controles a las empresas de servicios en manos extranjeras desde los años de Menem, que implicó multas y recuperación nacional de algunas de ellas. Mejoras salariales a los docentes de los tres niveles gracias a un aumento en el presupuesto de educación, la creación del canal cultural Encuentro como alternativa para difundir trabajos audiovisuales nacionales y la entrega de net-
books a los alumnos de las escuelas públicas fueron también hechos que el gobierno presentó como ejemplo de “gestión política en la vida cotidiana del ciudadano común”. Para las elecciones de 2007 Néstor dejó lugar a su esposa. Ya había logrado, decía, “recuperar el entusiasmo de los jóvenes por la participación en la actividad política”, algo que desde Menem era mala palabra, asociada a corrupción.
 
CHERCHEZ LA FEMME. Apenas llegó con holgura a la presidencia en una alianza con un sector del radicalismo, Cristina Fernández enfrentó la pelea con los sectores empresarios del campo por la instalación de un impuesto a la renta agrícola. Sería el primer enemigo de la gestión K, al que se sumaría, a fines de 2008, el grupo Clarín, amenazado en su poder por el envío al Parlamento del proyecto de ley de servicios audiovisuales, que cercenaba buena parte del patrimonio del multimedio nacido en 1945. 
A partir de entonces todas las medidas tomadas por el gobierno serían campo de batalla mediática, y el margen de maniobra se iría estrechando en la pelea. El escenario de la puja entre Cristina Fernández y el grupo Clarín domina y contamina desde entonces la discusión política en el país. En 2009 fue sancionada la ley de medios pero Clarín, el principal afectado, interpuso recursos de amparo contra dos artículos que disponen la desarticulación de los negocios del grupo, y la batalla fue a fondo. A tal punto que la oposición política no encontró más argumentos para disputar poder al gobierno y terminó mimetizada por defecto con los intereses de Clarín.
Pese a los esfuerzos por encontrar una alternativa electoral, las elecciones presidenciales de 2011 volvieron a dar el triunfo al oficialismo, que alcanzó un 54,2 por ciento de votos, dejando atrás al Frente Amplio Progresista (fap), la coalición de partidos de centroizquierda encabezados por el candidato socialista Hermes Binner, con apenas el 17 por ciento. Las denuncias de corrupción por sobreprecios en la contratación de obra pública, los reclamos por el falseamiento de los índices de precios, desempleo y reservas monetarias, no fueron suficiente argumento para frenar el avance K. Para algunos analistas la muerte en octubre de 2010 de Néstor Kirchner fue el último espaldarazo a la reelección. 
Pero el escenario internacional empezó a cambiar. La recuperación de las banderas latinoamericanistas junto a otros gobiernos de la región como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Brasil, Paraguay y Uruguay, todos con presidentes que reivindican un discurso progresista, iniciada con Néstor, sufrió la caída del paraguayo Fernando Lugo y la muerte de Hugo Chávez en Venezuela. La crisis europea y estadounidense, que habían sido eludidas con políticas fundadas en la contención de las reservas monetarias, empezaron a mostrar las debilidades del modelo neoprogresista regional. La política exterior K, basada en poner algunos límites simbólicos a Estados Unidos, abrir canales de diálogo y comercio con Europa y China, desde un escenario con base en el Mercosur, se mantiene en el discurso, aunque las diferencias eternas con Brasil (y las rispideces con Uruguay) empiezan a resquebrajar ese frente su-damericano. 
De cara a las elecciones parlamentarias de octubre próximo, el kirchnerismo asegura por boca de su líder que no habrá reforma constitucional para un tercer mandato y apuesta a dos de sus figuras para el recambio: el vicepresidente Amado Boudou y la ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner, hermana de Néstor. Pese a los manotazos de ahogado de los últimos tres meses, con una reforma judicial que apunta a intervenir en el otro poder estatal con un fundamento “democratizador” y la incautación de dólares por ley, por falta de liquidez, el legado del kirchnerismo parece haber recuperado el valor de la acción política y entusiasmar a las nuevas generaciones con la actividad pública. La política como herramienta capaz de transformar la sociedad y la vida humana cotidiana. Aunque para eso haga falta revisar la dirección del timón.



Con la socióloga Maristella Svampa
“Profundamente peronista, pragmático y versátil”
—A comienzos de su gestión, el kirchnerismo apuntó a lo que llamó la “transversalidad”, una estrategia que se suponía daría poder a las organizaciones sociales. ¿En qué quedó? 
—El kirchnerismo interpeló a numerosas organizaciones territoriales y sindicales que venían de la tradición nacional-popular, así como también a organismos de derechos humanos y defensores de las minorías sexuales. Todo eso afectó sin duda el campo de las organizaciones sociales críticas, que sufrió una retracción y tuvo que reformular sus estrategias políticas. Pero durante la década kirchnerista el marco de conflictividad se amplió notablemente. Comenzaron a tener más relevancia los conflictos ligados al avance de la precariedad laboral y social. A su vez, la dinámica de desposesión ligada a la expansión de la frontera extractivista, como minería, soja, acaparamiento de tierras, mostró otros núcleos duros del modelo. Y en las ciudades volvieron a estar en la agenda los movimientos villeros, con una fuerte demanda de vivienda. Todo esto confirma la existencia de un conjunto de organizaciones populares importantes, no alineadas con el gobierno, que hoy denuncian aspectos centrales de la política kirchnerista.
La transversalidad fracasó así  tempranamente. Implicaba otorgar un rol importante a las organizaciones de desocupados (piqueteros) que se integraron al gobierno bajo el nombre políticamente correcto de “organizaciones sociales”. Pero el vínculo que Néstor Kirchner entabló con ellas fue bastante mezquino e instrumental, probablemente porque seguían siendo vistas como “clase peligrosa”. En su fase de consolidación (2005-2010) el kirchnerismo rompió con esa idea de transversalidad y optó por la estrategia tradicional: apoyarse sobre los sectores sindicales. No hay que olvidar que entonces Hugo Moyano, el jefe de la cgt y del sindicato de camioneros, era el aliado principal del gobierno. Y también se apoyó sobre el peronismo más conservador y corrupto, tanto en las provincias como en el conurbano bonaerense. A partir de 2010, con la muerte de Néstor y la asunción de un liderazgo pleno por Cristina, se inicia una tercera etapa: aparece La Cámpora, ocupando puestos clave en el aparato del Estado, convocando a la juventud de clase media con una mística que defiende a capa y espada las transformaciones del gobierno y el verticalismo político. Pero en ese modelo “cristinista” las clases populares, e incluso los sectores sindicales, son cada vez más los convidados de piedra. 
En definitiva, el kirchnerismo terminó por convertirse en un populismo de clases medias que pretende hablar en nombre de las clases populares, vía por la cual también se busca descalificar a otros sectores de clases medias movilizados, que serían desde su perspectiva el prototipo de las clases medias clasistas, racistas y de derecha.
—¿Hubo diez años de progresismo kirchnerista o el kirchnerismo logró vaciar de contenido al término “progresismo”?
—El kirchnerismo propuso una fórmula que combina el progresismo latinoamericano con apelaciones propias de la narrativa nacional y popular –que evocan un cierto retorno del Estado en el marco de la gobernanza global–, concentración de poder y subordinación de los actores políticos y sociales al líder. No hay que olvidar que el kirchnerismo es profundamente peronista. Y el peronismo es un partido-movimiento que históricamente se ha caracterizado menos por su coherencia ideológica que por su pragmatismo político y por su gran versatilidad. Los golpes de timón, la adaptación a cualquier precio en medio de la adversidad y la lealtad al líder forman parte del legado organizacional del peronismo y explican mucho de su productividad política. 
—En estos diez años el kirchnerismo aparece asociado a otros gobiernos progresistas de la región como Bolivia, Brasil, Venezuela, Ecuador. ¿Tiene una identificación ideológica con ellos? 
—Sí, en la medida en que lo que distingue a estos gobiernos es que cuestionaron el Consenso de Washington y elaboraron una estrategia discursiva política común, dentro del nuevo espacio latinoamericano. Hoy todos estos gobiernos comparten el consenso de los commodities, en el cual convergen el neoextractivismo desarrollista, una narrativa estatista y un modelo de ciudadanía que propone la inclusión por la vía del consumo. Pero hay que ver caso por caso. Por ejemplo, el venezolano y el boliviano son populismos de clases populares; y en ese sentido se acercan más al populismo del primer gobierno de Perón, que produjo una redistribución del poder social, visible en el empoderamiento político y social de los sectores subalternos. En Argentina eso es parte de la nostalgia, del legado simbólico, pero no de la realidad, más allá del discurso épico que busca instalar el kirchnerismo sobre la “década ganada”.
—¿Qué aciertos y qué errores mencionaría de estos diez años?
—La condena al terrorismo de Estado, la política económica heterodoxa, que sacó al país de una crisis profunda, y el latinoamericanismo fueron los primeros aciertos del kirchnerismo, a través de los cuales logró poner en cuestión el discurso neoliberal. Hubo otros aciertos también, pero con los años mostró la naturaleza de sus alianzas político-económicas, tanto hacia adentro –con la llamada vieja clase política– como hacia afuera, con las corporaciones trasnacionales como Monsanto y Barrick Gold. Lo suyo es un caso de “revolución pasiva”, para apelar al concepto de Gramsci que retoma el sociólogo italomexicano Massimo Modonesi, ya que más allá de las continuidades y rupturas existe un predominio de la continuidad, visible en la pasividad de las clases subalternas y en la iniciativa y capacidad de las clases dominantes para reformular las relaciones de dominación, en un orden siempre jerárquico. Las denuncias de corrupción y los escándalos políticos recientes que muestran cómo el kirchnerismo coloca socios y amigos en los lugares clave de la economía, medios de comunicación, obra pública, actividades extractivas, y hasta busca hacerlo en la justicia, ponen al desnudo esta estrategia de acumulación de poder que avanza en progresión geométrica.



Con el economista Alejandro Horowicz
“Es ingenuo pensar la crisis política sin la económica”
—El kirchnerismo asume como respuesta a la inviabilidad de la continuación del proyecto ejecutado entre 1975 y el estallido de 2001, cuando las clases dominantes resuelven que todo su programa consiste en sostener la renta financiera del capital acumulado en el mercado financiero internacional. El kirchnerismo comprende la inviabilidad de ese escenario pero no es capaz de construir un nuevo programa para el partido del Estado. Es decir, lograr que un segmento del bloque de clases dominantes asuma como propio un proyecto diferente. El proyecto K no termina de cuajar ni logra una consistencia que le permita funcionar, sobre todo cuando empieza a quedar claro que el mercado mundial avanza hacia su faz recesiva y empieza a afectar los distintos logros previos.
—¿Cuáles?
—A partir del restablecimiento de la relación entre los delitos y las penas la sociedad argentina intenta un camino de normalización civilizada. La idea de que es posible una sociedad donde el general Videla camine libremente por la calle y eso se parezca a una sociedad civilizada no es una idea conservadora, es un verdadero disparate. En consecuencia, este rango de anomia no puede no afectar a una sociedad que confunde el conflicto social con la seguridad y que no puede plantearse ningún otro valor salvo el de su propio y único culo. Ni estos valores fueron en definitiva vencidos en la batalla cultural, ni se construyó un programa del partido del Estado que permita a la sociedad argentina avanzar en una dirección diferente. Tampoco a escala sudamericana se construyó un programa real en esta dirección. A la hora de la verdad, cada uno de los países de la región enfrenta con sus propios instrumentos, que son bastante pobres, una situación global del capitalismo que es terrible. No se construyó el banco que debía conformar la moneda única, un programa general de inversiones colectivas y una estrategia común. Todo brilla por su ausencia y sólo es un resorte que Brasil y Argentina, Dilma y Cristina, en su agenda personal eligen cuándo, cómo y dónde mencionar.  
La crisis monetaria que atraviesa Argentina es el resultado de la falta de previsibilidad y gestión de las autoridades nacionales. El primer agujero de la balanza comercial fue la cuestión energética y la respuesta de reestatizar ypf fue tardía. Y se hizo después de un agujero de 10 mil millones de dólares. El año pasado la defensa del dólar costó 18 mil millones de dólares y un país del tamaño de Argentina no puede defender al mismo tiempo las reservas del Banco Central y fijar la paridad cambiaria. O hace una cosa o hace la otra. En este caso parece que la clave es la defensa de las reservas; por lo tanto, las intervenciones en el otro terreno son mucho más espinosas. Pero acá viene otra cuestión por la falta de previsión, y es que los parches coyunturales se transforman en discursos épicos. Cuando se quiere transformar la pesificación en un discurso épico y se fracasa en el terreno de los hechos concretos, aquellos que lo creyeron lo detestan y aquellos que no lo creyeron siguen convencidos más que antes que esto es una farsa, sencillamente.
—Usted está entre los que le creyeron, digamos…
—Claro que sí. Aquel que aceptó el negocio de ahorrar en pesos y después descubrió que eso era mucho menos rentable que otras apuestas,  o aquel que eligió pagar los impuestos y actuar como un pelotudo frente a los beneficios que da no haberlos pagado, es evidente lo que piensa.
—¿Estamos ante un final de ciclo?
—Estamos ante una situación extremadamente delicada que una parte de la oposición llama final de ciclo. Yo diría que en realidad es un intento tambaleante de modificar la dirección sin lograrlo. Los K no han construido las herramientas ni los instrumentos para una política diferente. Hubieran podido ejercer una política más importante con el dólar si hubieran tenido una orientación más férrea respecto del comercio internacional. Por ejemplo, si se hubieran propuesto controlar la fuga de divisas, no con el cepo sino con los instrumentos de la política nacional de exportaciones. En el capitalismo global actual el sistema financiero funciona como una aspiradora: el centro chupa todo excedente que produce el mundo entero. Y Argentina no está exenta de las mismas lógicas.
—¿La crisis económica entonces de-semboca en una crisis política?
—La idea de que la crisis política no tiene un soporte económico es una idea ingenua. La gente no votaba al comandante Chávez simplemente porque era un patriota verbal. Lo hacía porque Chávez les mostró que había otra forma de distribuir y reasignar la renta petrolera, que ya no sería solamente para un sector de la burguesía y para una capa minúscula de la oligarquía venezolana. En Argentina estamos ante un problema de ese tipo.



Con el economista Roberto Gargarella
Aquel minuto uno tan interesante
—¿Qué nos dejan diez años de kirchnerismo en materia jurídica?
—Queda muy claro que hubo una involución desde aquel decreto 222 firmado por Néstor Kirchner apenas llegó al poder, mediante el cual el Poder Ejecutivo aceptó atarse las manos y promovió la elección de los nuevos miembros de la Corte Suprema. Lo hizo de un modo transparente, monitoreado por la sociedad civil, por ong e impulsando una selección de jueces con diversidad tanto de géneros, como de disciplinas y de procedencias geográficas. Ese decreto fue para mí el símbolo del minuto uno del kirchnerismo, y fue muy interesante. Pero ese minuto uno fue desdicho por todo lo que vino luego. Y eso es lo curioso, porque el kirchnerismo sigue reivindicando ese minuto uno que mostraba que era posible, con voluntad política, hacer las cosas con transparencia. Y que si querían podían llevar adelante reformas sobre las reglas de juego que tienen un fuerte consenso en la sociedad y sirven para autolimitar al poder. Cuando Kirchner hizo eso, su popularidad subió a niveles extraordinarios. Pero todo lo que vino luego fue en la dirección contraria, en algunos casos con situaciones casi caricaturescas.
—¿Qué fue lo que vino luego?
—Una fue la primera reforma del Consejo de la Magistratura producida en 2006, dirigida a producir una mayor eficiencia en el Consejo y para eso se redujeron sus miembros casi a la mitad de su número original. Ahora, siete años después, con esta segunda reforma al Consejo de la Magistratura se vuelve a aumentar casi al número original la cantidad de miembros. Y uno se pregunta: ¿cómo era? Si para mejorar la eficiencia del Consejo había que reducir, ¿para qué aumentamos ahora? Ambos casos son una contradicción flagrante de ese primer minuto, porque fue algo hecho de espaldas a la sociedad y sin discusión con los organismos de la sociedad civil. La primera reforma fue aun más extrema, porque Kirchner obligó a no modificar ni una coma de ese proyecto y efectivamente fue lo que ocurrió. Había muchas organizaciones que querían intervenir para discutir y criticar, pero el kirchnerismo dijo básicamente: ¿cuántas horas quieren discutir? ¿Quince horas? Perfecto, cuando terminen nos llaman y lo aprobamos. Es decir, estaba presente la idea de no discutir, de no escuchar a la oposición, asumir que la oposición no tiene nada importante para decir e imponer la voluntad propia. A todo eso hay que sumar el manejo de los concursos judiciales, el manejo de jueces subrogantes, para no entrar en un tema que es vox pópuli en la comunidad jurídica que es el uso de los servicios de inteligencia para apretar a los jueces. El broche de oro es esta reforma judicial, cuya sustancia es antipopular y antiobrera. Su principal objetivo es golpear al grupo Clarín, pero en el medio arrasa con instituciones muy consolidadas en la lucha por los derechos sociales, como son las medidas cautelares a favor de los trabajadores. En esa pelea entre dos gigantes (el gobierno y el grupo Clarín) se toma de rehén al resto de la sociedad, y el gobierno es capaz de usar cualquier herramienta para llevar adelante su plan. 
—¿Por qué plantea que la sociedad queda de rehén?
—Porque en aras del objetivo de golpear al grupo Clarín se crean instrumentos como la Cámara de Casación, que afecta, por ejemplo, a los grupos de trabajadores desocupados o piqueteros: la casación hace casi imposible cualquier medida cautelar contra el Estado, al mismo tiempo que se abre la posibilidad de que sea el Estado quien use las cautelares cuando estos grupos lo molesten con protestas o bloqueos a servicios públicos. Se distorsiona así una herramienta que se había convertido en una de las principales armas de lucha de los grupos desprotegidos. Un proceso similar se hizo hace tres años con la ley antiterrorista. O sea que estamos ante un conjunto de medidas que de modo farsesco y extremo se contradicen con lo que se promovió hacer en el minuto uno del kirchnerismo. 
—¿Por qué Kirchner decidió dejar atrás ese minuto uno?
—Porque, como le ocurre a otra gente  que ha llegado al poder, entendió que había empezado a ser jaqueado por grupos de poder y terminó  abrazándose a alguno de estos grupos de poder. En el caso de Kirchner es muy visible.  Llega y sube en popularidad cuando denuncia al peronismo mafioso del conurbano y plantea la necesidad de hacer una alianza transversal con grupos progresistas para enfrentar a esas mafias. Y creo que en el minuto dos lo que advierte es que si no pacta con esas mafias lo derriban.
—También los juicios a los genocidas están dentro del período de Kirchner…
—Es cierto que el impulso a los juicios por delitos de lesa humanidad fue el mascarón de proa del gobierno y fue también un elemento legitimante que le permitió avanzar con sus políticas en otros campos. Yo defenderé siempre los juicios, porque constituyen un logro de la sociedad civil que empujó durante décadas en favor de esta instancia. Fueron la sociedad civil y los partidos de izquierda los que impulsaron esta instancia, y no el gobierno, que se pretende de izquierda pero no lo es. Podemos discutir si la resolución judicial a los delitos cometidos por la dictadura es la única posible. Tenemos también la salida que adoptó Sudáfrica frente a la política del apartheid, pero lo cierto es que era necesario encontrar justicia para tantos crímenes cometidos, tener una respuesta para las familias que perdieron a sus seres queridos, saber dónde estaban los cuerpos de los desaparecidos. {/restrict}

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