Cuando el que te expulsa de la escuela es el modelo productivo
Agarrar un vehículo -tracción a sangre o a combustible fósil, lo mismo da- y comenzar una recorrida por las rutas provinciales y caminos comunales e incluso privados del norte santafesino es un ejercicio que nos permite encontrarnos con al menos dos realidades preocupantes: escuelas rodeadas de cultivos altamente dependientes de pesticidas tóxicos -sin que las separe, en la mayoría de los casos, mucho más que algunos metros-, y viejos y no tan viejos esqueletos de escuelas abandonadas, cerradas por falta “de matrícula”. La palabra, “matrícula”, fría, administrativa y burocrática, no alcanza a velar que en realidad lo que está faltando en las zonas rurales que caen bajo el influjo del agronegocio es gente. Y por lo tanto, estudiantes.
De a un tiempo a esta parte, muchas escuelas se cerraron. Pero hay un proceso previo que da cuenta del despoblamiento: cuando una escuela “hecha y derecha” se va quedando sin alumnos y se convierte en un “CER” (Centros Radiales), con el consecuente descenso de categoría. Es, en algunos casos, el paso que antecede a la desaparición.
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